Docencia e investigación digital: tres libros

Las pasadas navidades leí tres libros sobre el mundo digital, concretamente sobre las no tan nuevas TIC y su aplicación al ámbito académico. No se trata de libros técnicos, sino de libros con el usuario en mente que pretenden hacer reflexionar sobre las posibilidades que ofrece la red. Curiosamente, todos están impresos, aunque dos tienen versiones digitales (solo uno lo he leído en formato digital). La lectura de todos ellos ha sido muy interesante y estimulante y me ha abierto varias líneas de pensamiento y exploración.

 
El primero que he leído ha sido el libro de Daniel CassanyEn_línea: leer y escribir en la red (Barcelona: Anagrama, 2012). Se lo recomiendo vivamente a quien quiera tener una visión general del mundo digital y cómo se aborda la lectura y la escritura en internet y su influencia en la enseñanza secundaria, pero aprovechable para la superior. Tiene ideas y datos muy esclarecedores. Al tratarse de un libro sobre la red esperaba que estuviera lleno de direcciones de internet en las que ampliar, documentar, consultar e ilustrar lo dicho por el autor. Sin embargo, el autor renunció a ellas y sugiere que su libro se debe leer con un ordenador a mano:
renuncio a incluir los vínculos electrónicos; son largos, complejos e insensibles sobre el papel. Es fácil encontrarlos en la red con un buscador, con un nombre propio o una palabra clave. Éste es un libro para leer con un ordenador al lado e ir buscando cada referencia (Cuadro 1, pág. 20)
Me parece perfecta esta posición, pero no es la mejor. Es complicado leer y teclear a la vez en busca de cada referencia que me ha llamado la atención. Exclama Cassany: «¡A ver cómo envejece este libro!» (p. 19). Creo que ya tiene la respuesta: ha nacido viejo. Un libro sobre internet, que muestra las grandes ventajas de estar en línea, no puede ofrecerse en soporte analógico.
 
El segundo que he leído ha sido el dirigido por Mario TascónEscribir en internet. Guía para los nuevos medios y las redes sociales (Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2012). Este está dirigido al público en general y a otro más especializado, básicamente periodistas, que quiere o necesita escribir en internet, ya sea un mensaje electrónico, un tuit, un blog o todo un sitio web. Como el espectro es muy amplio, dividen el libro en dos grandes bloques: Uso cotidiano (pp. 31–249) y uso profesional (pp. 251–453). Este último, mucho más complejo y técnico, aunque algunos apartados amplían ideas presentadas en la primera parte (v. gr. «Escritura en pantalla, criterios», pp. 321–373).
 
La lectura de este libro, que se puede hacer secuencialmente o saltando de un punto a otro, según interese más una cosa u otra, me ha resultado altamente provechosa. Habría sido un libro mucho más manejable y útil si se hubiera incluido un índice analítico.
La sensación, magnífica, que he sacado de la lectura es que se ha escrito como si un de blog se tratara: apartados muy breves que en variado número conforman un capítulo que se cierra con un cuadro final en el que se ofrecen los consejos básicos para usar una u otra herramienta o cómo comportarse.
Al contrario que el libro anterior, no ha renunciado a la inclusión de direcciones de internet, pero acortadas (véase el artículo Acortar direcciones de internet), lo que las descarga de la complejidad de que habla Cassany (p. 20), pero no soluciona el problema de la consulta.
Este libro se ofrece también como ebook a través de varias plataformas (AmazonLa casa del Libro, iBookstore a través de iTunes). He tenido acceso al aperitivo que la editorial ha colgado en formato PDF, así como a las muestras que ofrecen tanto Amazon como iTunes. Ninguna de las tres ofrece la misma cantidad de texto. El PDF descargado desde la editorial permite leer hasta la página 23; la versión Kindle para iPad hasta el primer párrafo de la página 58; la versión para tabletas Androide hasta el final del primer párrafo de la página 59; la versión iTunes llega hasta el final del primer párrafo de la pág. 51. ¡Curioso! (o bizarro, como dice el mismo Tascón [p. 193]).
Las versiones ebook (no puedo incluir en este apartado el fragmento en PDF pues no ofrece ejemplo alguno) permiten pulsar sobre los enlaces y acceder directamente a la información a la que los autores hacen referencia. Esa es una de las grandes ventajas de los formatos digitales: el acceso inmediato al hiperenlace. Lo que no tenía, en cambio, ninguna de esas versiones es la posibilidad de cortar un fragmento que me interesara; tan solo me permitieron subrayar o resaltar el pasaje. Una pena, seguimos en el mundo analógico: las notas se hacen a mano, aunque sea con un teclado (después no hay quien las extraiga: otro ¡fallo? de los sistemas de protección).
Un aspecto que comparten tanto el libro de Cassany como el de Tascón, que no me ha gustado nada, son los cuadros con fondo gris y letra diminuta. Quizá estén para evitar el fotocopiado, pero me ha costado mucho leer esas páginas que en el caso de Escribir en internet recogen los consejos, claves, recomendaciones que cierran cada capítulo (el vademécum del libro) y el «Vocabulario básico: términos imprescindibles» (pp. 457–495) en el que la columna del lema tiene un fondo gris (de intensidad variable) y letras grises, con lo que la lectura se hace con un fondo tricolor: gris oscuro (lema), fondo claro (dos tercios de la definición) y fondo grisáceo, por transparencia (tercio restante de la definición). Las muestras electrónicas del libro de Tascón no incluyen ninguno de esos cuadros finales (el primero aparece en la pág. 61) ni del vocabulario, por lo que no puedo evaluar si tiene contraste suficiente.
 
El tercer libro nació digital y se distribuye digitalmente (gratis), aunque tiene versión analógica sobre papel. Se trata del libro del profesor británico Martin Weller titulado The Digital Scholar: How Technology is Trasnforming Scholarly Practice (Bloomsbury Academic, 2011). Hay que leerlo en la red, no ofrece una versión descargable (existe versión Kindle en Amazon), pero con un poco de ingenio se puede transformar al formato ePub y leerlo con facilidad en una tableta (yo lo hice en un iPad).
 
La lectura de este libro por medio de iBook (la aplicación e-reader del iPad) me ha permitido no solo acceder a las referencias que cita el autor (de una manera peculiar: al ser un montaje para mi comodidad, cada vez que pulsaba sobre una referencia, esta me llevaba a la Bibliografía en la web de Bloomsbury Academic y desde ahí saltaba al sitio de internet adecuado), sino también subrayar, cortar los pasajes que me han interesado, copiarlos en las notas y exportarlas para usarlas cuando sea menester. ¡He ahí una manera magnífica de sacar partido a los lectores electrónicos! He de añadir que al leerlo, si tenía algún problema con el léxico, bastaba con pulsar sobre la palabra e inmediatamente aparecía la definición del término. ¡Excelente ayuda!
La tesis básica del libro parte de que en industrias como las de la música y la prensa se han producido cambios radicales en sus modelos de negocio como resultado de las nuevas tecnologías, punto que desarrolla en el tercer capítulo. Sin embargo, la enseñanza superior se ha resistido hasta ahora a esos grandes cambios. A pesar de ello, se están produciendo cambios graduales pero fundamentales en el mundo universitario e investigador.
 
Weller presenta y analiza cuáles son esos cambios, qué implicaciones pueden tener en la enseñanza superior, cuáles son las posibilidades que abren esas nuevas formas en la práctica docente y qué lecciones pueden extraerse de lo acontecido en las industrias musical y periodística. Por eso afirma que es «important to engage with a digital, networked, open approach» puesto que «[t]he opportunities for experimentation and finding new ways of teaching a subject, or engaging in research or disseminating knowledge, are therefore much richer and, given the ease of use, greatly democratised» y así «new genres of scholarship and dissemination are occurring in every field».
Sin embargo, avisa de la resistencia que las agencias de calificación ofrecen a la hora de reconocer la investigación digital pues «[a]ssessing quality in a reliable and transparent manner is a significant problem in the recognition of digital scholarship, and its intangibility and complexity are enough to make many give up and fall back on the practices they know and trust».
A pesar de los escollos, una de las conclusiones a las que llega es que la « digital scholarship […] constitutes valid scholarly activity and is not merely an adjunct to the tradicional approaches», pero hay que tener en cuenta que la tecnología no debe considerarse como una panacea.

El filólogo tecnologizado

Antigua oficina móvil

Hasta hace tres o cuatro años en mis bolsillos no faltaba una libreta y un lapicero para poder tomar cualquier nota, apuntar una referencia bibliográfica, un dato, una idea sobre la marcha. A veces me servía de servilletas en cafeterías y bares.

Cada vez que comenzaba una investigación compraba un cuaderno que me serviría de diario de trabajo. En él tomaba las notas de las lecturas que hacía; apuntaba las referencias que debía de buscar; resúmenes de los artículos leídos; redactaba notas en las que argumentaba y razonaba acerca de lo dicho por uno u otro autor; redactaba pequeños borradores de cómo podría desarrollarse un idea, cómo rebatir un argumento; incorporaba notas y aclaraciones con post-it.

Viejo diario de investigación


Todo cambió el día que me decidí a comprar un smartphone. La tecnología informática no era una desconocida para mí, pero no había encontrado aún un cacharrito que pudiera satisfacer mis necesidades. A principios de los 90 me hice con un Atari Porfolio; era una maquinita interesante, pero, a pesar de su reducido tamaño, era pesada y abultaba demasiado para ser útil.


En el verano del 2006 me hice con una PDA de HP (Personal Digital Assistant) sin embargo, no estuvo a la altura de mis expectativas y necesidades. Tenía Wi-Fi y, por tanto, acceso a internet. Además incorporaba Word Mobile. Sin embargo, al tener que utilizar un puntero, la introducción de texto era una auténtica pesadilla. Tampoco tenía cámara, era una PDA; esta carencia la podía suplir con el móvil, pero la ínfima calidad de las fotos (VGA) no aconsejaba su empleo.

El iPhone y, para el caso cualquier smartphone Androide, han cambiado mi modo de investigar. Apenas consumo papel, pero para llegar a este punto he pasado muchas horas investigando las posibilidades que tiene cada una de las máquinas de las que dispongo. Recuerda que la informática y las TIC están aquí para quedarse; no debemos tenerles miedo, sino sacarles el mejor partido posible.

La experiencia me ha demostrado que lo mejor es un ecosistema que se comprenda bien, es decir, disponer de dispositivos que se puedan entender entre sí con facilidad. Yo me decidí por Apple, pero no hay nada que impida la combinación Windows – Androide – Apple, en el orden que se quiera. Todo es cuestión de conseguir que los aparatos logren sincronizarse entre sí.
 
Mi escritorio digital hoy

Otro objeto que ha desaparecido de mis bolsillos han sido las memorias USB. En la actualidad solo tengo una operativa para usarla en la fotocopiadora / escáner / impresora del Departamento cuando he de digitalizar un artículo o algo que he obtenido gracias al préstamo interbibliotecario (volveremos sobre este tema y cómo organizar la biblioteca de PDF). Hasta entonces era la única manera de sincronizar mis ordenadores, pero a un alto coste. No porque las memorias fueran caras, todo lo contrario, han ido bajando de precio. El alto coste al que me refiero era el tener claro cuál era la última versión de cada uno de los ficheros en los que estaba trabajado. Otra posibilidad era mandarme por correo electrónico los ficheros, pero era una solución peor aún, podía encontrarme con un buen montón de versiones y al más mínimo error podría hacer que un estadio anterior borrara el más moderno. Una auténtica pesadilla.

La clave del investigador (filólogo) tecnologizado está en la sincronización de todos los aparatos con los que trabaje, con independencia del fabricante y sistema operativo que tenga cada dispositivo. Para lograrlo hay varias utilidades gratuitas en la red que lo permiten.

En la nube


El más popular es Dropbox. De entrada regala 2 GB que se puede aumentar –gratis– consiguiendo que otras personas se den de alta (ya tengo casi 15 GB) y se puede utilizar con cualquier dirección de correo electrónico.

Dropbox es un servicio que permite almacenar ficheros en la nube y compartirlos, sincronizadamente, entre todos los dispositivos que el propietario de la cuenta tenga. La sutileza de este servicio (como de los que le han seguido) es que requiere que se instale una pequeña aplicación en cada uno de los dispositivos que se tenga (sobremesa, portátil, tablet, teléfono). Esa aplicación crea un directorio en cada uno de los aparatos y todos ellos contienen lo mismo. Si se borra en uno se borrará en todos, si se modifica en uno se modificará en los demás. Si no tenemos a mano ninguno de nuestros dispositivos privados, también puede accederse a la información allí almacenada desde cualquier ordenador público que tenga acceso a internet. Si estamos en un lugar en el que no tenemos acceso a internet (fuera de línea, off-line), podemos modificar nuestros ficheros y tan pronto como nos conectemos de nuevo a la red se actualizarán en la nube y en el momento que encendamos cualquiera de los otros dispositivos que tenemos dados de alta se sincronizarán y actualizarán.

No acaban ahí las posibilidades. Podemos crear carpetas para compartir material con otros usuarios. Dos de mis estudiantes de doctorado, una a caballo entre Barcelona y Munich, la otra entre Burgos y Valladolid, han creado una carpeta en DropBox en la que colocan los archivos que quieren compartir conmigo (previamente he aceptado compartir con ellas el material), con lo que tengo acceso a su trabajo en todo momento por lo que puedo leerlo, corregirlo y comentarlo a conveniencia y podemos intercambiar material sin necesidad del correo electrónico.

En los últimos meses han aparecido otros servicios. Google ha creado Google Driveregala de entrada 5GB pero hay que tener cuenta con Google. El sistema de Microsoft se llama SkyDrive; regala 7GB pero exige tener cuenta en Hotmail. Amazon también ha creado su espacio en la nube: Amazon Cloud Driveofrece 5GB, exige ser cliente, que es diferente de tener cuenta. Todos son multiplataforma, es decir, operan con varios sistemas operativos, aunque algunos tienen limitaciones (p. ej. Microsoft no funciona con Windows XP, ni con Linux; Google Drive tampoco funciona con Linux). El iCloud de Apple, aunque ofrece 5GB gratis, no lo recomiendo, es un sistema cerrado que solo funciona dentro de su ecosistema (yo lo uso para sincronizar mi agenda en todos mis aparatos Apple y para localizarlos en el caso de que los extravíe o me los roben, pero nada más).


Como puedes ver, es fácil tener el material accesible y controlado con facilidad se esté en donde se esté, es gratis (pero lee las condiciones de cada sitio). No es difícil instalar uno de estos sistemas ni mucho menos manejarlo.

Las TIC y los "de letras"

La gran mayoría de los de letras tenemos nuestros más y nuestros menos con la informática. Pensamos que nuestros estudios y modos de trabajo poco se pueden beneficiar de los recursos informáticos. Que eso es para los frikis de humanidades (digitales) y para los de ciencias.

Nada más lejos de la realidad. Los de arte y humanidades podemos aprovechar muchas cosas que tiene la informática y su gran desarrollo en la red. El problema es que en las facultades de los de letras no hay gran interés por la informática ni tampoco formación. Transigimos con el correo electrónico; vemos algunas ventajas en usar internet; no está mal Word, es una máquina de escribir bastante cómoda, aunque maldita sea cada vez que se traba y me hace perder el trabajo. Los más atrevidos manejan RefWorks (un gestor bibliográfico que se ha popularizado entre las bibliotecas universitarias españolas) y creen que es el rien ne va plus de la tecnología; otros no se han enterado, aún, de que el CD-ROM está dando sus última bocanadas (los netbooks y ahora los ordenadores de sobremesa ya no incorporan lectores de CD-DVD) y siguen recomendando bases de datos en CD (evidentemente bases de datos algo obsoletas ya) y no tardando mucho desaparecerán las memorias USB.

Los más jóvenes (por debajo de los 40) se han aventurado con los blogs (algunos magníficos y brillantes) y las redes sociales. Muchos se han hecho con un smartphone, pero lo utilizan como reproductor multimedia, centro de juegos, cámara fotográfica y para la mensajería instantánea (Whatsapp, Twitter) y tuitean o guasapean las ideas que oyen durante una conferencia, o lo que acaban de leer.

Lo que me propongo, con la ayuda de quien quiera colaborar, es crear un blog para ayudar a los de letras a sacar mejor partido de los ordenadores, las tabletas y los smartphones para sus trabajos académicos y de investigación y aprovechar al máximo las posibilidades de la red. Ahí fuera hay multitud de sitios e instrumentos que pueden facilitar la labor.